
ex concejal y ex director laboral Banco del Estado.
Hace algunas semanas, el exsenador socialista, Carlos Ominami, hizo un llamamiento a impulsar una segunda “Renovación socialista”, que tenga por norte dar respuesta a los desafíos de los tiempos actuales.
Se saluda la iniciativa en el marco de un debate que recoja la experiencia pasada, los logros alcanzados y también las insuficiencias y errores cometidos. Aun con todo ello, lo esencial será avanzar en un horizonte de futuro para el país de hoy.
Aportes y limitaciones
Solo a partir de la recuperación de la democracia en su forma más básica, o sea, el derecho a elegir democráticamente a nuestras autoridades, una proclama subversiva a los ojos de los partidarios del régimen dictatorial, pudo Chile emprender un nuevo vuelo, con la esperanza de un mejor vivir, pero cargando tras de sí con un pesado lastre de desigualdades y la imborrable marca de las más atroces violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura.
Ese es, sin lugar a ninguna duda, el aporte de los socialistas, al contribuir en condiciones extremadamente desventajosas, a sacar al país de un destino casi inevitable bajo la dictadura militar: su desintegración.
No fuimos los únicos, ciertamente. Pero fuimos el sector de la política, que logró expresar en lo político la idea que había que arriesgar en el intento por vincular justicia social con democracia, diversidad y pluralismo político, y comprender que, para avanzar, había que construir mayorías y consolidar los trabajosos avances democráticos conseguidos. Esos aprendizajes siguen siendo una de las claves para avanzar en profundidad democrática y mayores niveles de justicia social.
Hubo sin embargo déficits. El más trascendente, no haber logrado recuperar el nexo orgánico histórico con las clases trabajadoras y sectores populares, déficit que perdura hasta ahora. Hay en ello razones históricas producto de la política de exterminio del régimen militar y razones de orden político e ideológico de distinto calado.
Entre las razones de orden político está la disputa al interior de la Ex concertación en la que se impuso su ala más conservadora. Si la característica de los primeros años de la transición fue marcar una clara diferencia política e ideológica entre el mundo democrático y la derecha dura, a partir de allí, aproximadamente 1998, esa diferenciación pasó a un segundo plano y con el tiempo se abandonó del todo.
Se fortaleció, así, la visión tecnocrática de la realidad social, en la que la política fue subordinada a la economía, fenómeno del que no hemos podido salir, pese incluso a la revuelta social que mostró dolores y carencias de amplios sectores del país y pese también a que otra generación se ha hecho cargo de la conducción del Estado.
En la actualidad, y, no obstante, los esfuerzos sinceros del actual Gobierno del Presidente Boric por avanzar en acortar las brechas de desigualdad, es el capitalismo neoliberal el que continua marcando la vida del país hasta nuestros dias.
Bajo su hegemonía, a los archiconocidos problemas sociales, latamente documentados por distintas corrientes políticas y centros de conocimiento, y experimentados en carne propia por quienes carecen de recursos para resolver sus problemas por sí mismo según el mantra neoliberal, se acumulan y entrelazan con otras complejidades que van emergiendo del acontecer diario, los retos que plantean los avances científicos o tecnológicos, mientras por otro lado crece la desazón y apatía sociales.
Al magma de la corrupción que arrasa con todo, por un lado; dos procesos constitucionales fallidos; crisis climática creciente; irrupción de la robótica y la Inteligencia Artificial – en el marco de una profundización de la revolución tecnológica, a la que los humanos, según Harari, le estamos regalando lo más distintivo que poseemos, el lenguaje;
Y demandas ciudadanas, por el otro, que por más inconexas que se hayan expresado durante la revuelta social de 2019, siguen ahí sin respuestas de parte de la politica institucional, vienen constituyéndose en las viejas y nuevas temáticas que van contorneando el espacio en el que se definirán las opciones por avanzar hacia formas más avanzadas de democracia o retroceder a formas autoritarias de gobierno.
Más y mejor democracia
Desde esta opinión, se profundiza la democracia cuando, en una sociedad determinada, se logran conjugar derechos civiles y políticos, (siglo XIX); económicos y sociales (siglo XX); culturales y de género, (siglo XXI) pilares que den sustento a la convivencia social, correspondiéndole a las instituciones del Estado garantizar, mediante el juego político democrático y el pluralismo político, que dichos derechos puedan alcanzarse y sean perdurables en el tiempo.
Un objetivo político en ese sentido, de alcance nacional, civilizatorio incluso, que presupone cambiar las formas de hacer política, recuperarla, revitalizarla y darle sentido a un proyecto país capaz de aglutinar a todas aquellas fuerzas políticas y sociales y voluntades comprometidas en alcanzar formas más justas y decentes de convivencia, en el contexto actual, ese objetivo es el Estado de Bienestar.
El Estado de Bienestar, es principalmente una concepción del Estado, radicalmente distinta al Estado subsidiario. Si esta última es una concepción que niega que la sociedad sea un ente colectivo, que solo requiere de un Estado mínimo porque es el mercado el que regula y ordena las relaciones sociales de acuerdo con el nivel de ingreso de cada quien, el Estado de Bienestar, muy por el contrario, asume un rol deliberado y explicito en dirección a redistribuir recursos y prioridades para alcanzar objetivos de integración social, desarrollo económico y paz social.
Ello, porque sin un rol preponderante y significativo del Estado como articulador de la sociedad y la economía, no hay Estado de Bienestar, y seguirán siendo los recursos públicos los que continúen subsidiando al mercado, con su doble efecto de mayores desigualdades y un más profundo desarraigo social, abusos y corrupción.
Es más, sin diversificar nuestra matriz productiva, incorporación de nuevo conocimiento a los procesos productivos y los servicios, y sin que el Estado asuma un rol protagónico y decidido en la creación de industrias estratégicas para el país, no solo que será imposible financiar el gasto público que implica avanzar en derechos sociales o elevar el volumen de recursos para investigación científica, sino que seguiremos estancados en el nivel actual de desarrollo, hundiéndonos cada vez más en la mediocridad.
Avanzar hacia un Estado de Bienestar es un proyecto político en sí mismo: implica reformar al Estado para cumplir un rol eficiente y oportuno en la sociedad, garantizando el cumplimiento de derechos, promoviendo la paz social y proporcionando seguridad tanto en el uso de los espacios públicos como en la vida privada.
Como todo proyecto político relevante, requerirá tiempo para asentarse, pero la evidencia cotidiana indica que es impostergable. Es lo que nos convoca para superar la fría y calculada carrera de los vencedores. Esa cultura “winner”, que aniquila de entrada cualquier atisbo de solidaridad y colaboración.
Chile puede más.