miércoles, mayo 21, 2025
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Diego Portales: engaño público histórico y podredumbre personal

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“Pero este largo contacto con Portales no siempre ha sido grato y ha concluido por abrirme muchos secretos que hubiese preferido ignorar. Al escribirlo me ha guiado únicamente el confesar una gran desilusión”

 Sergio Villalobos, Historiador. Libro: “Portales, una falsificación histórica”. Edit. Universitaria, 1989.

Pinochet en 1973 y la Derecha Golpista, en su obsesión por encontrar una imagen que diera legitimidad al Golpe Militar, ordenaron a sus cortesanos a que le buscaran en la historia chilena alguna personalidad que pudiera servir de símbolo virtuoso a una administración como la suya. Es así como llegaron a Diego Portales y Palazuelos, figura que enarbolarían de allí en adelante como fuente de inspiración de su obra, lo que llamaron: Gobierno de Reconstrucción Nacional. Querían dejar un legado como la llamada Herencia Portaliana, esa mentirosa invención que la oligarquía nacional y sus historiadores instalaron en el pasado, para justificar la violencia contra la democracia y el pueblo de Chile como fue lo plasmado por Portales en la Constitución de 1833. Un hombre que más de una vez dijo que la Constitución Política del país para conseguir los altos fines planeados había que violarla cuantas veces fuera necesario. A Portales en el relato histórico oligárquico se le recuerda por su “gobierno del orden”, por su supuesto enorme aporte a la organización del Estado y por su ejemplar vida personal. El conservadurismo defensor del imaginario político portaliano, desde la muerte del personaje ha construido un mito con sus supuestas virtudes públicas escondiendo sus considerables vicios privados y su bipolar carácter y personalidad. Es curioso el destino de personajes como él. El día de su ejecución, el ahijado de su ex aliado político el Coronel Vidaurre, le disparó y le produjo un agujero de bala en su mejilla izquierda, mismo lado y agujero que el día del golpe militar el 73, un soldado golpista le hizo a su estatua que está en la Plaza de la Constitución frente a la Moneda. Se dice que el día de su muerte, su cadáver quedó botado y algunos partidarios en un gesto patriótico decidieron sacarle a bayoneta limpia el corazón y conservarlo en una gran copa sellada en la Iglesia Catedral de Valparaíso, donde aún se encuentra. Su cuerpo, sin el corazón deambuló por diversos sitios, hasta ser embalsamado y enterrado anónimamente en la Catedral de Santiago, donde se perdió por décadas en la bruma de los tiempos. En el año 1985, a propósito de la reconstrucción de un mausoleo para enterrar obispos, se descubrió allí un misterioso ataúd sellado a plomo. Al abrirlo y modelar la imagen de su cara asombrados descubrieron que era Portales, muy enhiesto, arropado con uniforme militar y portando en su mano izquierda un rollo de viejo papel con un edicto. Esa fue la primera vez que se veía su rostro al natural, pues nunca quiso en vida que se le retratara. Solo muerto, un pintor italiano lo dibujó a mano alzada junto a su ataúd y luego retocó los rasgos del croquis mirando al hermano más parecido a él.

Las aparentes virtudes públicas

La cuestión pública nunca fue de interés para Portales. Desde joven su pasión siempre fue el comercio y la acumulación de riqueza, la que le fue esquiva durante toda su vida por su incompetencia en ese oficio. Junto a su amigo Cea, instalaron una casa de importaciones en Lima, justo cuando esa nación se independizaba. Desconocían cómo serían los flujos de comercio en un período en que toda América clamaba por libertad comercial e Independencia de España. San Martín, Bolívar y O’Higgins, siempre observados por unos EEUU al aguaite para apropiarse de las riquezas de esos países, estaban en plenas batallas libertadoras. Por supuesto que la tienda quebró y tuvieron que volver a Chile sin un peso en el bolsillo. Portales en su estancia comercial en Lima se formó la convicción de que el gobierno y pueblo peruanos eran completamente inoperantes y que para avanzar requerían se les aplicara mano dura.

Allí formó las bases de su animadversión contra el Perú, uno de los fundamentos de la guerra que impulsó contra ellos cuando más adelante fue gobernante. De vuelta en el país, su principal interés era hacer plata con la mayor rapidez posible, pero había un problema. Los secuaces del “Huacho inmundo” como se refería él a Bernardo O’Higgins, habían armado gobiernos preocupados más de crear una nueva nación que de enriquecer comercialmente a la oligarquía nacional. Para el imaginario de Portales ello era inconcebible y no le permitía lucrar porque para ello requería reglas respetadas y una ciudadanía no guerrera sino dedicada al consumo. Él se declaró contrario a ese estado de cosas, voceando la idea de que Chile requería un gobierno fuerte para poder prosperar. Por supuesto que la activa clase política patriota de la época no lo tomó en cuenta. Pero su afán de lucro lo llevó junto a su amigo Cea a postular con su empresa a la administración del llamado Estanco Nacional del Tabaco.

Entonces, usando sus influencias, que venían de tiempos coloniales, en los cuales su padre había sido el administrador colonial de la Casa de Moneda que los españoles instauraron en Chile, logró que su empresa fuera invitada por sus amigos conservadores en el Parlamento a la licitación de ese Estanco. Su parentela era reconocida en la sociedad santiaguina como familia de Godos, es decir de fervientes partidarios de la Monarquía Española que vinieron mutando a tímidos patriotas conservadores en tanto las cosas cambiaban en el país. El estanco era una aduana monopólica que cobraba los impuestos y ponía a la venta mayorista ese y otros productos. Una vez, obtenida la licencia, con un contrato que sus amigos le hicieron a medida, se le proporcionó un enorme crédito fiscal a costo cero para solventar las operaciones del estanco.

El espíritu estanquero que reinaba en la oligarquía chilena conservadora de la época estaba detrás de ese diseño de negocios. Era la forma ideal de lucrar, teniendo un negocio cautivo, sin competencia, con todo el apoyo del Fisco y con bienes de consumo seguro en la población. Era el orden ideal que requerían los estanqueros y que Portales mantendría siempre en su cabeza cuando decidió ir a la cuestión pública, no porque le importara la democracia y el desarrollo cívico del país sino porque consideraba que para que el capital se desarrollara exitosamente era necesario imponer el orden a toda costa, aunque eso requiriera violar la Constitución muchas veces.

Podredumbre personal.

Su padre, un hombre del imperio colonial español en Chile se ahogaba en testosterona. Tuvo 23 hijos, incluyendo a Portales. Su imaginario femenino fue siempre concebir a las mujeres como seres inferiores, hechas para el placer masculino y para prolongar el linaje, y así lo demostró en su historia amorosa con su esposa. Ella, para tener 23 hijos pasó embarazada casi cuatro décadas de su vida sin oponer resistencia alguna al patriarca de la casa.

En su rica casa paterna nunca faltó nada y estaba llena de sirvientes. La familia se codeaba con los más ricos y poderosos del país. El padre, de una fuerte admiración religiosa, quiso que Diego fuera cura. Pero aquello a él eso no le gustó y abandonó prontamente el seminario. Su carácter festivo y libertario fue mucho más fuerte. Desde joven, su casa paterna estuvo llena de niñas mapuches cautivas tomadas en las numerosas redadas militares, que tanto los españoles como chilenos hacían en las comunidades indígenas del centro sur del país. Estas, más tarde eran regaladas o vendidas a familias ricas y usadas por ellas como “chinitas”, para todo servicio.

Ya como estadista refiriéndose a los chilenos los nombraba como… “Putas y los huevones chilenos”. Dos tipologías de ciudadanos que eran frecuentes en su imaginario de pueblo.

La estancia de Portales en Lima durante su fracasada etapa comercial inicial, le aventuró por lo más exclusivo de sus prostíbulos y damas de compañía de la ciudad. De sus cartas sabemos que sobre las mujeres chilenas de su clase tenía un concepto patriarcal pero para las otras, su concepto era vulgar. Afirmando, entre otras cosas que las peruanas eran sexualmente mucho más calientes que las chilenas de lo cual él daba fe. En Lima tuvo una prostituta preferida con la cual desarrolló una larga relación, que con nostalgia recordaba desde Santiago. De vuelta, echó de menos sus juergas limeñas, de las cuales volvía a casa aterido, desfalleciente, luego de las chinganas y encuentros sexuales interminables. La herencia viril de su padre, según sus cronistas le asaltó en cada etapa de su vida posterior.

La mujer con la que se relacionó más tiempo en su vida fue Constanza Nordenflicht, a quien Portales abordó sexualmente y embarazó cuando ella tenía solo 15 años y él era ya un cuarentón. Era un hombre poderoso y nadie en la capital chilena en esa época osó denunciarlo por cometer estupro con una menor. El abuso y violencia sexual en esos tiempos, sobre todo en las clases acomodadas, era simplemente tolerado y escondido. A ella, desde que la conoció siempre le prometió matrimonio, cosa que nunca concretó reiterando su engaño durante una década, a la par que se servía sexualmente de ella, lo que finalmente deprimió profundamente a Constanza, que murió de depresión. Ella, una mujer muy bella y buena, enamorada de él, le dio tres hijos. De los cuales Portales nunca se hizo cargo abandonándolos brutalmente. Ya grandes, el procuraba a través de comunicaciones con amigos que la sociedad chilena no supiera que eran suyos y pedía destruir el papel de sus comunicaciones. En algunas de sus cartas, Portales habla muy mal de sus hijos, apenas conociéndolos. Se refiere a ellos como personas sin ideas y sin importancia. Mientras tanto, Constanza y algunas familias compasivas de la época, se ocupaban de criarlos y saciar su hambre cotidiana. Fue tal el abandono de los hijos que mucho tiempo después de la muerte de Portales, el Parlamento chileno viendo lo menesterosos que estaban, como reconocimiento les otorgó una pensión de gracia de por vida.

En un periodo de su vida Portales decidió dedicarse al comercio agrícola en un fundo suyo en la región de Valparaíso. Esa época es conocida como su etapa de gran señor y rajadiablos. Celebraba frecuentemente muy nombradas fiestas. Con guitarreras, asados y mucho vino. A ellas eran invitados amigos y amigas de confianza. Cuando ya estaba caldeado el ambiente, Portales salía al patio de las casas patronales y en varios puntos ponía fuegos artificiales los cuales una vez encendidos surcaban velozmente los cielos locales. Era la señal convenida para que todas, las niñas de vida alegre de alrededor, acudieran a su casa a la fiesta, a pasarlo bien y satisfacer sexualmente a sus amistades y por supuesto al dueño de casa.

Para la historiografía conservadora chilena, que aún no ha logrado despegar del adagio de que los grandes hombres, son solo virtudes publicas y que sus vidas son cosa privada, el caso de Diego Portales, es una historia que muestra más de nunca la falsa contradicción esencial entre ética política y moral personal, de la cual la Derecha chilena aún permanece prisionera.

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